Me hizo mucha gracia este artículo que me ha enviado tan gentilmente mi corresponsal de noticias frescas, desde Buenos Aires, Carlos Deschamps, y he decidio colocarlo aqui, para que lo lean!!
No sé si mucha gente entenderá en el lunfardo que está escrito, pero realmente Brascó es un as, en casi todo lo que escribe o dice, y me pareció muy divertido su artículo, y ya que tuve la suerte que haya llegado a mis manos por Carlos, que mejor que quede escrito en mas lugares no???
Si hay algo que no entiendas, puedes mandarme un mail y preguntar!!! o deja tu pregunta al final del capitulo!!! Gracias
Mandar para atrás una botella
Una escena común de restaurante: el camarero que sirve en nuestra copa una pizca del merlot ordenado por la mesa y después nos mira fijo. ¿Esperando qué? No, por cierto, que usted lo gire con unción, lo respire cejas en alto, le evalúe el rojo oscuro contra el blanco del mantel, lo abuchee introspectivo y produzca, trascartón, un juicio evaluativo sobre sus merecimientos. Tampoco es el momento adecuado para opinar sobre la relación calidad-precio, ni sobre si nos gusta la etiqueta. Lo que el mozo está esperando es un dictamen sobre aromas bouchonnés o eventuales acescencias que justifiquen al cliente pedir cambio de botella. Dicho en la jerga del oficio: a mandarla para atrás.
Todo esto yo sé que usted lo sabe, por ser información manejada de taquito por los comensales lugareños. Pero se la repaso igual. Acescencia son los efluvios avinagrados que descalifican a los vinos atacados por el acético. Menos nítido, el bouchonné es como un tenue hálito a cartones o papel mojado que comunica al vino un compuesto denominado tricloroanisol (TCA), instalado subrepticio en las celdillas secas de los corchos de alcornoque.
Sobre esto hubo no hace mucho bastante alarmismo mediático negatif, primer paso de una campaña cuyo paso veintidós o veintitrés sería reemplazar los corchos clásicos portugueses por tapones de plástico USA. El negocio del corcho mueve millones verdes así que la campaña viene dura, presentando al TCA como un villano para la plena excelencia de los vinos. Pero un mero averigüe así nomás entre camareros, sommeliers y dueños de los restaurantes lo pondrá al tanto de una info clave: las botellas rechazadas por razón de bouchonnés no pasan en Buenos Aires del 1 o el 2 por mil. Y esos uno o dos comensales rechazantes son casi siempre varones avispados actuando en mesas tête-à-tête con señoritas rubias ante las cuales se mandan la parte de connaisseurs para impresionarlas.
Mandar para atrás una botella por razón de bouchonné o por tinto que ya está pasado es algo normal, un derecho que nos corresponde. Pero siempre que esté actuando uno dentro del área de supervivencia de la raza blanca. Pasadas dos o tres cuadras más allá, ya en territorio lunfa o yanquetruz, estas normas deben ser ajustadas de una manera significativa. En restaurante, ponele de la zona Cachimayo haciendo esquina con Zelarrayán, si uno va y pide botella de totín Don Zito añada 2006, el mozo no adelanta pizca alguna para previa aprobación, sino que ¡flashh! te llena el vaso. Uno olfatea la acescencia desde lejos, manda la botella para atrás y el mozo bocca chiusa se la lleva. Pero en cinco aparece el patrón, sólido ropero uno noventa, con sus dos puños apoyados sobre nuestra mesa, preguntándonos «cómo es el tema de la botella ésta». Ahí nomás uno toma conciencia de que el Don Zito estaba okey.
Volvamos pues, mejor, a la pizca que nos sirvió el mozo al comienzo de este texto. Con respirarle el aroma es suficiente. ¡Nunca lo lleve hasta la boca! Si por descuido o por envión, uno llega a beber un solo sorbo, chau: se quemó para siempre.
Por Miguel Brascó